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Bautismo del Señor
1/12/2025
Isaías 40: 1-5,
9-11;
Tito 2: 11-14;
3: 4-7;
Lucas: 3: 15-16, 21-22
Hace dos semanas
estuvimos pensando en el nacimiento de Jesús, y hoy escuchamos del principio de
la misión pública de Jesús. El Evangelio de san Lucas presenta a Jesús como el
Enviado de Dios, como él que va a empezar su ministerio para revelar el Amor del
Padre. Su bautismo por Juan es su primer acto, su presentación como Mesías,
anunciado por la misma voz de Dios. Jesús viene como promesa de justicia y
esperanza- don de Dios a un mundo que está en media de tremenda necesidad.
El evangelista dice que cuando Jesús salió del agua, los cielos se rasgaban y el
Espíritu, en figura de paloma, descendía sobre él. Y una voz del cielo decía:
“Tú eres mi Hijo amando; yo tengo en ti mis complacencias.” Es la misma voz de
Dios, lleno de alegría que la gran misión de Jesús está para empezar. Desde
ahora, Jesús pasará su tiempo predicando, curando a los enfermos, consolando a
los sufridos, perdonando a los pecadores y proclamando a todos la buena noticia
de salvación. La alegría de Dios tiene que manifestarse- para Jesús y para los
demás.
No sabemos lo que estaba pensando Jesús en este momento. Ni sabemos lo que pensó
Juan al momento del bautizo. Pero es muy probable que estuvieran pensando en las
Escrituras de los profetas, las que anunciaron la llegada del Mesías. Y la
Iglesia nos propone las lindas palabras de Isaías. Dice “aquí está tu Dios. Aquí
llega el Señor, lleno de poder, el que con su brazo lo domina todo”. Jesús va a
empezar su misión de anunciar a los necesitados este Dios de abundancia que está
dispuesto siempre recibir a sus hijos.
Desde este momento Jesús aparece como maestro y profeta. Jesús va a presentarse
en un estilo singular, comprensivo y servicial. Al contraste con la expectativa
de los judíos, Jesús se encontrará más que todo entre los débiles, entre los
marginados, los leprosos, y los que la sociedad evitaba como indeseables. Y El
que procede así es el Enviado de Dios.
Tenemos hoy la oportunidad de pensar no solamente en el bautismo de Jesús, sino
también en nuestro bautismo. Todos nosotros hemos recibido el agua y el Espíritu
Santo. Y como el Padre se complacía de su hijo Jesús, así también el Padre se
complace de cada uno de nosotros. Por nuestro bautismo, estamos llamados a la
misma misión como Jesús: predicar el amor de Dios, curar a los enfermos,
consolar a los sufridos, extender el perdón de Dios y proclamar la buena noticia
de salvación.
Tal vez es difícil ver nuestra vida en la luz de la misión de Jesús. Sin
embargo, tenemos la misma llamada. Podemos predicar el amor de Dios en nuestro
papel dentro de la familia, con los hijos, con los padres, con el enfermo, con
el pariente deprimido. Nos cuesta paciencia y sacrificio, pero la única manera
en que el individuo puede aprender el amor de Dios es por medio del amor
demostrado por alguien que le acerca con cariño.
Y todos conocemos a gente enferma. Hay los que sufren enfermedades del cuerpo,
pero aun más que sufren enfermedades de la mente y del alma. Hay los que viven
fuera del calor de la familia; los que viven aislados por causa de la droga u
otra adicción; los que se han entregado al odio y al rencor; los que faltan el
autoestima; los que viven encerrados por su orgullo. Todos sufren y por nuestro
amor, podemos hablarles una palabra de aliento. Así es nuestra vocación
bautismal.
Cada vez que venimos a la misa, cada vez que celebramos la Eucaristía, renovamos
nuestro compromiso bautismal y entramos de nuevo en la misión de Jesús. Demos
gracias a Dios por su gran don de la fe.
Sr. Kathleen Maire OSF <KathleenEMaire@gmail.com>
(Las últimas siempre aparecen primero).
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